Por Margarita Suárez Trujillo A la edad de 76 años falleció en Bogotá el periodista, escritor, crítico de arte, y dibujante bogotano Antonio Caballero Holguín, hijo de Eduardo Caballero Calderón e Isabel Holguín. Cuando todos los periodistas ya escribían sus artículos en computador, Antonio Caballero se resistía a hacerlo. En el año 2005 cuando lo
Por Margarita Suárez Trujillo
A la edad de 76 años falleció en Bogotá el periodista, escritor, crítico de arte, y dibujante bogotano Antonio Caballero Holguín, hijo de Eduardo Caballero Calderón e Isabel Holguín.
Cuando todos los periodistas ya escribían sus artículos en computador, Antonio Caballero se resistía a hacerlo. En el año 2005 cuando lo entrevisté para la revista Colombia Ganadera, mostró con orgullo que todavía usaba su máquina de escribir y enviaba sus artículos por fax desde cualquier lugar del mundo. ¨Para mi el Fax es el colmo de la tecnología”, nos dijo en ese momento.
Su resistencia al uso del ordenador, como le llaman al PC en España donde residía en esa época, era talvez otra de sus excentricidades. Redactaba sus escritos en una vieja máquina de escribir manual marca Olivetti Lettera 22, que según nos contó la heredó de su madre. Hasta que la tecnología lo arrasó y lo obligó a usar PC, en su equipaje viajaba su compañera inseparable en la que tecleaba esos polémicos escritos que normalmente levantaban “ampolla”.
Facsímil de la entrevista publicada en Colombia Ganadera en el año 2005.
LOS TOROS
¿Ahora quién podrá defendernos? dijo con sabiduría un torero al enterarse del fallecimiento de Antonio Caballero. Y es que sin duda quienes más lo van a extrañar son los taurófilos que encontraban en su pluma la mejor de las crónicas después de una corrida.
Hablaba con propiedad sobre la historia y pormenores de la tauromaquia que fue su pasión y estudió a profundidad desde que se enamoró de este arte. Argumentaba que quienes atacan la fiesta de los toros, no la conocían.
Nos contó que su padre lo llevaba a las corridas de toros desde que tenía 12 años de edad. “En esa época asistía a los toros pero iba a un espectáculo, como ir al circo. Me empezaron a gustar de verdad hace 20 años (en ese momento tenía 60 años), después que vi una faena de Rafael de Paula en el Puerto de Santamaría, en Cádiz, España. Ahí también empecé a escribir de toros porque comprendí que no eran simplemente un espectáculo circense sino una cosa muy profunda, muy seria, muy densa, y muy espiritual, después leyendo encontré que Juan Belmonte explica que los toros son una actividad de índole espiritual y no física”.
Tuvo la oportunidad de viajar por el mundo desde que tenía año y medio de edad. Haber vivido en varios países le dio universalidad, además la posibilidad de comunicarse en cinco idiomas: español, inglés, francés, italiano y portugués.
Era reacio a las entrevistas, pero con nosotros fue generoso. En esa época acababa de dejar el vicio del cigarrillo que seguramente fue el que ahora le pasó factura y le provocó la muerte. Se fumaba cuatro paquetes diarios de Pielroja, si estaba en Colombia, o de tabaco negro en España. “Perdía mucho tiempo en las mañanas tosiendo y no valía la pena. Por eso dejé el vicio hace dos años”, nos confesó.
Hacía poco le habían quitado el pase de conducir por dos años y tres meses, por manejar en Bogotá con tragos en la cabeza. Su reacción, muy a su estilo: “Me lo quitaron por un control de alcoholemia. No se qué grado porque no me quisieron mostrar el resultado. Puse una tutela para saber. A mi edad no tener pase más de dos años es, como lo dijo Gilberto Rodríguez Orejuela, que a su edad 10 años de cárcel es cadena perpetua”.
Le agradaba escuchar música clásica de Bach o Mozart, también jazz. Nos sorprendió su amor por las rancheras mejicanas y en especial las composiciones e interpretaciones de José Alfredo Jiménez, de quien dijo: “Me parece uno de los grandes músicos y poetas de América en los últimos 100 años”. También le encantaba el vallenato, especialmente la música de Leandro Díaz y Emiliano Zuleta.
Paz en la tumba del encumbrado periodista.
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