A la memoria de un amigo.- Por Fernando Calderón España.- Fernando Calderón España. Si Jaime Cortéz se diera cuenta del homenaje triste que hoy le están ofreciendo sus amigos, sus conocidos y sus admiradores no se habría muerto. Sería el primero en rechazarlo. Su guitarra que llevaba en el cerebro, y no debajo del
A la memoria de un amigo.- Por Fernando Calderón España.-
Fernando Calderón España.
Si Jaime Cortéz se diera cuenta del homenaje triste que hoy le están ofreciendo sus amigos, sus conocidos y sus admiradores no se habría muerto. Sería el primero en rechazarlo. Su guitarra que llevaba en el cerebro, y no debajo del brazo, estaría sonando con un bambuco, un torbellino o un sanjuanero. Mejor, lo último, porque los dos primeros tienen melodías más bien tristes, producto de la nostalgia del rio que siempre se va.
Por eso, “la brisa que viene del río me dice hasta luego, y yo le digo adios”. Todas las despedidas son tristes. A ellas, Jaime llegaba con su “piedra de moler”, como le decía mi papá a su banco de zapatería en una esquina del pueblo natal y la ponía a cantar juntando las cuerdas de la guitarra con las cuerdas vocales, soltando coplas o versos con “toda la alegría del pueblo que quiero”. La vida de Jaime fue una eterna pachanga. Tenía ingenio y era ingenuo. Dos caracteristicas del opita de sombrero de pindo y cotizas de fique. Su ingenio lo puso a remplazar a Emeterio y adoptó el nombre de Eleuterio para que hiciera rima con el recuerdo de su antecesor y fuera más fácil la aceptación entre los hinchas del humorista con partitura que era Jorge Ezequiel Ramirez. Su ingenuidad no le dejó ganar dinero. Creyó siempre que a los artistas los comprenden.
Fue creativo al convencer a Felipe, Lisardo Diaz, para revivir Los Tolimenses y mantener vivo el duo cómicomusical hasta que la muerte del segundo original, los separó. Luego, se inventó, como se inventaba chistes y canciones, otro binomio con Tiberio para mantener una tradición que puede estar muriendo cuando Jaime pase a la clandestinidad eterna. A Jaime, hay que decirlo, nunca le reconocieron su vocación: la de alegrar a la gente, conocida o no, y en muchas oportunidades pudo pasar como un impertinente serenatero que “tocaba tocado” por Baco y lograba que los minutos fueran más largos. Y, además, le ponía chistes.
Esos mismos que nos permiten burlarnos de nosotros mismos y no enojarnos, sino pedir una copa, llenarla de aguardiente y “brindar por la vida, pues todo es oropel”.
Esta mañana, muy temprano, se confirmó lo del oropel. Un virus maldito que nos está quitando hasta las ganas de beber, lo mató. Gracias Jaime por haber venido a alegranos la faena diaria de conseguir “pa´l mercado de mañana”.
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